Las montañas azules de Adolfo Castañón (Reseña)

por Alejandro Alonso Aguirre
Las montañas azules de Adolfo Castañón, relato breve y en formato de prosa de intensidad, editado por el Instituto Politécnico Nacional 2021, conlleva en su título dos referentes simbólicos: la montaña que implica ascenso y con ello una revelación, más lo azul, color esencial que tiñera al romanticismo alemán en su primera etapa, gracias al poeta y visionario Novalis.
Tal engarce de complejidades trae consigo una narrativa ágil y directa, misma que engancha con la mirada juvenil. De hecho, su protagonista es un niño, Juan, quien vive al lado de su abuela Almina: “Tan pobre que no tenía padre ni madre. Vivía con su abuela en las afueras del pueblo. Sus padres habían muerto cuando él era muy pequeño”.

De acuerdo con el siguiente testimonio de Adolfo Castañón, la historia tiene un trazo sencillo en la voluntad de un protagonista, quien desea encontrar sentido a su existencia; esto implica la aventura, desapego del lugar de nacimiento, más un regreso al mismo. Sólo que este último reserva un desfase hacia lo extraordinario.
“Entonces el cuento narra la historia de un niño que va en busca de lo que hay atrás de las Montañas Azules. Tiene que ver con una historia de vida porque finalmente el viaje del niño va a durar toda la vida. Y cuando regresa de ese viaje en el que pasa algunas aventuras, ve gigantes y ciertos episodios, regresa y al lugar donde estaba, donde vivía la abuela, el tiempo ha pasado y ya no encuentra a nadie”.
En ese sentido el autor ubica su historia en el terreno de la fábula, donde la realidad adquiere la cuota de lo inverosímil, aunque con una gran carga de verdad y ese es su valor trascendental. El viaje comienza por pura intuición e inquietud. Luego de treparse de manera rutinaria hasta la copa de un árbol o haya, el pequeño Juan se obsesionará sin remedio ante la figura enigmática de las montañas azules que se aposentan en un horizonte cercano.

“El libro narra una parábola que tiene que ver, en cierto modo, con el tiempo, con la búsqueda, con el deseo, con la libertad y con la aventura…»
Al principio, se mencionaba la peculiaridad romántica en el cuerpo del relato. Además de la vena azul novaliana, vale la mención E.T.A. Hoffman, el gran creador de mundos fantásticos y entre los primeros en plantear la vida de los autómatas; en un terreno donde convergen la modernidad de su época (vista a través de los avances mecánicos) y el mito. Esto último le es propio a Las montañas azules.

Previo a su partida, Juan se entera por voz de su amigo Matías –un zapatero gigantón de carne y hueso— del destino de su propio padre, quien se había trazado la misión de ascender por aquel continente montañoso, sin que jamás se volviera a saber de él; lo otro es que además de que detrás de las montañas se encuentra presumiblemente el mar, mismo que nunca ha tenido la oportunidad de conocer, en el corazón de aquella cúspide aguarda un tesoro de monedas de oro y una flauta con propiedades mágicas.
“El cuento se instaura también en un terreno mítico que tiene que ver con el significado de la mortalidad y el tesoro escondido detrás de la montaña, y ese tesoro escondido detrás de la montaña, él encuentra digamos un tesoro de oro, pero cuando regresa a su lugar, el oro se convierte en hojas muertas…”

Justo el precio de la aventura y el acceder a una región sagrada, trae consigo la condena de obtener un fuego fatuo a cambio. En su habilidad como narrador, Adolfo Castañón se sitúa como portavoz de la historia extraordinaria. Una vez que Juan, ya en edad madura, se enfrenta a un desfase radical de tiempo, pues su ascenso tuvo un salto cuántico que le sumó décadas y décadas sin que el envejeciera radicalmente, hace frente a un área totalmente distinta a como él la dejó. Dentro de la iglesia del pueblo, se topará con una pintura que es testimonio de la localidad tal y como viviera durante su infancia. Antes de perderse en el olvido, Juan relata la historia a un puñado de desconocidos, entre ellos el propio autor.
El fuego fatuo de Las montañas azules cuenta con un espléndido trabajo editorial y la suma artística de Surabi Dione Calette Daniel.
“Estoy muy contento y agradecido con el IPN por darle espacio a este relato, mismo que me gustaría verlo traducido, algún día, a una lengua indígena…”
