Una rutina digna de ser narrada

Fotos: Cortesía

por Alejandro Alonso

Rutina de siempre de Élver Pizarro Pillco, Sieteculebras, Cusco 2023, es un volumen de cinco relatos que enmarca la vida cotidiana de personajes oriundos de Los Andes, con un estilo coloquial y directo, ameno y sin pretensiones. En cada una de sus piezas, el corte psicológico del retrato humano deja ver a ciudadanos ordinarios, en los que el autor no pinta ningún héroe o antihéroe. Esto último torna el volumen muy cercano a la realidad inmediata.

Natural de esas tierras, Sicuani, Cusco, 1958, el autor tiene la virtud de trazar a precisión calles y casas, colores y olores, sensaciones y emociones de un emplazamiento milenario en su momento actual. Sin el apremio de publicar, Pizarro confiesa que el presente volumen tiene una antigüedad de quince años de haberse escrito; cliente asiduo del Café Extra, ahora extinto, ahí bebió infinidad de tazas de café y agotó varias plumas hasta dejar listo su volumen y que éste pasara a manos de su editor y amigo Mario Guevara Paredes.

El tono narrativo del compendio es franco y sin rodeos, herencia de la narrativa oral procedente de su abuela, Silvia Antonia Leyva López, 1903-1971, de cuya voz escuchó por vez primera la historia de Genoveva de Brabante, de Christoph von Schmid, y Las mil y una noches, entre otros. Esta tutela lo acompañará siempre: “me dediqué al periodismo, escribiendo en los diarios de la localidad, crónicas, ensayos y otros trabajos como administrador del Teatro Municipal del Cusco”.

Las influencias literarias se sucedieron “…principalmente de la literatura infantil, por ejemplo con el cuento El patito feo de Hans Christian Andersen; luego el vanguardismo, en el cuento Paco Yunque de César Vallejo; el barroco, con los poemas de Sor Juana Inés de la Cruz; el modernismo de Amado Nervo; el indigenismo en los relatos de José María Arguedas, Ciro Alegría; el realismo mágico, en los trabajos de Gabriel García Márquez y Juan Rulfo; el realismo de los rusos León Tolstoi, Máximo Gorki, Fiodor Dostokieski, así como muchos autores de literatura erótica”.

De Sicuani migra a la ciudad del Cusco, donde extravía sus primeros poemas, a cambio ya tiene en mente la escritura como un oficio profesional: “emborronar cuartillas es darle vida a historias sueltas que están a nuestro alrededor, entre la gente, la multitud, el obrero, el campesino, la ama de casa, el intelectual, el magistrado, el congresista, el político sea de derecha o izquierda”.

Una noche de 1989, al salir de un Taller de Cuentos, organizado por el Instituto Nacional de Cultura del Cusco, se encuentra con Mario Guevara, por aquel entonces funcionario de dicha institución. Este último anima a Pizarro hacia la narrativa breve; así nace su primer relato, Nunca más con Osiquín, que describe el perfil pícaro de un infante. El relato merece mención de honor en el certamen convocado por la Revista Dakunkut, de Iquitos, en 1993.

Desde su primer logro hasta este segundo volumen de relatos publicado por la editorial Sieteculebras, la brevedad y la picardía prevalecen en las letras de Pizarro. Las narraciones que nos ocupan, de una Rutina de siempre, contienen una estructura lineal y efectiva; la temática que abre el compendio es convencional, El último poeta romántico, con el planteamiento de un final sorpresa –la muerte no deseada de alguien que se desea obsequiar: un poeta que ve publicada su obra como un acto de gracia—. La malaventura pilla a un bate abatido, muy en el corte del artista romántico que evidenciaran los escritores del siglo XIX. El punto es que el autor no se solaza con la tragedia; esta le sirve de pretexto para exponer lo imprevisible de un destino que marcha ajeno a la voluntad humana y su colectividad.

Otros relatos demuestran mayor malicia y retruco de escritura, tal es el caso del cuento homónimo al libro. Justo este texto plantea, desde una rutina de siempre, un desfase de lo inmediato común hacia la frontera de lo inusual o fantástico: un profesor de respetada investidura, muere al cumplirse el coito con una mujer que ya pertenece al mundo de los muertos. El propio Élver Pizarro lo define de la siguiente manera: “Se trata de la historia de dos personas mayores: varón y mujer que llevan un amor platónico; toda la historia se desarrolla en el hotel de un pueblo, donde el final es onírico, sorpresivo”.

En esta narración, entra en juego un elemento que vemos reiterante en la apuesta estética del autor: la libido.

La constancia la tenemos con el relato En el viejo Chevrolet, cuya detonante es una joven en la plenitud de sus formas y capaz de desatar lo inusitado: Domitila. Tres hermanos ambicionarán ese oasis humano para sus náufragas vidas; el primero en desearla será el mayor, Peter, quien encontrará la manera “para observar por la ventana a la nueva empleada, cómo se peinaba la cabellera que le rebasaba la estrecha cintura y luego se vestía con sus polleras multicolores; ni que decir de sus piernas torneadas que terminaban en unos pies menudos”.

Este relato trascurre en primera persona, en voz de uno de los hermanos que decide ser espectador del afán entre Peter y el menor de ellos, Tetón; la desventura del primero solo afirmará la virilidad del segundo, quien al final será el hábil poseedor de Domitila.

Una noche de junio en Sacsayhuamán, remata con un final también a prueba de libido. A diferencia del texto anterior, éste no expone una obsesión tan marcada en sus personajes. El protagonista, un hombre maduro, cumple con la promesa de velar por María, la esposa de su difunto compadre José; de la mano de su ahijado, Jesusín, se deja llevar como por un acto de trance hasta una laguna de la ciudad ceremonial de Sacsayhuamán, donde el protagonista obtiene el favor de la mujer y pierde la razón.  

Olinda completa la tanda con una muy buena factura tanto en el trazo de los personajes como en los giros argumentales de tiempo. “Olinda, que estudiaba en el Colegio de Señoritas de las Mercedes, en realidad era una muchacha bonita, de tez clara, cabellera rubia, ojos grandes y castaños, y el cuerpo bien formado”, de esta manera la describe el narrador de la historia quien, a su vez, confiesa: “De Olinda estuvimos enamorados muchos adolescentes de la Urbanización de Santa Rosa, pero ella no nos daba importancia; parecía vivir en otro mundo”.

Pese a todos los pronósticos, y muy a pesar del protagonista, la orgullosa amazona de la modernidad cederá finalmente a Felipe, siempre humillado pero tenaz en sus propósitos.

La narrativa de Élver Pizarro es verosímil aún en sus planteamientos más inverosímiles. No hay manera de dudar de ella. Gran parte de esto versa por lo humano de sus personajes y protagonistas, dados a la ilusión, al amor, al encuentro de aquello que se considera perdido. El relato breve es un ejercicio difícil que permite dimensionar otros planos literarios. Élver Pizarro ha asumido el reto con un par de novelas inéditas que ya tiene en revisión final.

Quienes deseen penetrar en los renglones de ficción de una Rutina de siempre, encontrarán a un autor contemporáneo, apegado al accidente y caprichos de la modernidad que le ha tocado vivir, con la sabia conciencia de que no tiene sentido apurar una publicación cuando lo que se desea es reafirmar la propia existencia a partir de las letras.

Biografía del autor: Alejandro Alonso Aguirre es un destacado escritor mexicano, egresado de la Universidad del Claustro de Sor Juana, premio nacional de periodismo en diversas emisiones y narrador audiovisual. Además, es Director de Concordia Mundo, empresa dedicada al diseño de estrategias educativas y de divulgación científica.

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.